Gente adorable.

domingo, 21 de agosto de 2011

Samantha Hendersson, 1.5

La comida pasó entre sonrisas, bromas y alguna que otra carcajada. Después, decidimos quedar por la noche. En el descampado de siempre, sobre los coches abandonados.
Nos desviamos una vez salimos del asador, cada uno tomó su camino. Max y yo nos fuimos a dar una vuelta. Solíamos ir a la antigua estación de trenes. En esos momentos, a penas circulaban trenes, salvo algún que otro ferrocarril con una par de vagones. Nos divertíamos cruzando justo antes de que el tren nos pudiese arrollar. Sobre todo en uno de los túneles. Allí había siempre algún que otro grupo de muchachos.
Hacían graffitis. Max nunca quería acercarse a ellos. Me advirtió de que nunca fuese sola allí, que podía acabar mal parada. Sí, más aún de lo que estábamos. Caminábamos agarrados de la mano, siempre era así. Entrelazó los dedos con los míos y me miró. Me vi reflejada en sus ojos claros. Sonrió ampliamente, borrando la mueca con rapidez para tornarla en una de dolor, llevándose la mano libre al labio, de donde brotó un pequeño hilo de sangre.
Chasqueé la lengua y ejercí algo de fuerza sobre el dorso de su mano con los propios dedos.
-¿Quién ha sido?-murmuré.
Se encogió de hombros. Sacudió la cabeza y suspiró.
-Esta vez no fueron ellos.- se refería al grupo para el que trabajaba, si eso podía ser un trabajo...
Si no les llevaba el dinero suficiente en cada hurto... Se quedaba sin la parte del dinero que le correspondía. Y, dependiendo de las ganas que ellos tuviesen de atizarle a alguien... los golpes eran más o menos graves.
Suspiré y solté su mano, cruzándome de brazos. No quería saber nada más. Una vez llegamos a la estación, salté el pequeño poyete del último andén, cayendo al suelo en un ágil movimiento. Me giré para mirarle y seguí con la mirada la trayectoria de su salto.
-¿Vamos al túnel?-le miré, atusando mi flequillo, ya por simple costumbre.
Se encogió nuevamente de hombros. Arrastré los pies por el suelo, repleto de piedras en su mayoría pequeñas. Me siguió. Escuchaba una conversación en el túnel, eran susurros que cada vez aumentaban de volumen.
Max se colocó a mi lado. Hizo amago de hablar, pero chisté para seguir escuchando.
-Eres muy gallito con tus amigos, ¿no? Ahora tú solito...
-¡He venido! ¿Qué más queréis? No entiendo por qué me decís ahora nada.
-Cállate.- sentenció una voz masculina.
-Los cobardes sois vosotros. ¡Tres contra uno! -y el chico que hablaba anteriormente añadió a su desafío una carcajada irónica- Sois unos hijos de puta. No os acerquéis a nuestros amigos y familia, id a buscar otro sitio al que incordiar.
Mi hermano tiró de mí. Zarandeé el brazo hasta zafarme de él y di sigilosas zancadas hasta esconderme en la esquina que formaba el final del túnel y el andén. Max correteó para ponerse detrás de mi. Me llevé el dedo índice en vertical a los labios, para evitar que hablase. Me asomé, viendo ahora la escena. Un muchacho alto, moreno, estaba de espaldas a nosotros.  Llevaba una chaqueta beige y marrón con gomas elásticas en los puños de las mangas y en el borde inferior de la misma. Unos vaqueros oscuros, y unas zapatillas deportivas.
Tenía los puños crispados y las piernas algo separadas. Tenía la espalda ancha, algo encorvada hacia delante.
Frente a él se encontraban tres chicos más. Todos con sudaderas anchas y encapuchados.
Con mirada desafiante. El chico rubio del medio se frotaba las manos. El de la derecha, guardaba las manos en los bolsillos, y el muchacho de la izquierda sostenía un bote de pintura en spray en las manos.
Pude ver que tenía la mano algo manchada de rojo. Busqué con la mirada alguna pintada roja. Encontré unas cruces en forma de aspa sobre otros graffitis.
-El túnel es nuestro.-afirmó el chico de la izquierda, pelirrojo, señalando las pintadas rojas.
El chico que estaba solo emitió un sordo gruñido y, sin medias palabra, arremetió con el que acababa de hablar. Propinó un fuerte puñetazo en su rostro, a lo único que le pudo dar tiempo puesto que el muchacho rubio lo sujetó por los brazos, dejando su pecho sin ninguna protección. Mientras que el agredido dejaba caer la lata de spray al suelo y se apartaba, lamentándose con la mano en el tabique nasal; el chico restante comenzó a golpear al chico moreno en la cara y el vientre. Cerré los ojos con fuerza y me giré, mirando a Max.
-¡Haz algo!- grité en un susurro.


Dedicado a: I.G.

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